Iba a la despensa de Paso y España, estaba la dientona con
su sonrisa amable y de buen humor.
Era un día de sol, tranquilo a la tarde, entre el mediodía y
la siesta.Yo llegaba con una mochila y un cajón de verduras con una
toalla limpia adentro (era blanca la toalla). Compraba algunas cosas, muy pocas
porque en verdad andaba de pasada y cuando la vi a la dientona, la saludé y
palabra viene, palabra va nos quedamos conversando rato en la esquina. Cuando
ella regreso al local a continuar con su trabajo, yo creí conveniente comprar
algunas pocas cosas.
Asique compre, entre otras cosas, casi un kilo de mandarinas
muy dulces (riquísimas a mi paladar… las probé anterior a pagarlas, ya que una
de las particularidades de esta despensa es que tienen fruta en exhibición para
convidarte) y oliva de calidad a muy buen precio.
Finalmente pago, cargo la mercadería en la mochila y sin
tomar el cajón de frutas con la toalla, me despido. Ya de vuelta, camino a
casa, habiendo hecho media cuadra por la avenida (como siempre en la vereda del
sol) recuerdo el cajón con la toalla pero no me alarmo. Pienso en que mañana será
otro día y seguramente podría irlo a buscar.
Después de haber hecho las correspondientes cuadras de
camino a casa, al fin llego. Estaba mi hermana sobre el borde la mesada con una
pollera de jean y una musculosa celeste, su pelo corto por debajo de las orejas
y la sonrisa blanca como la luz hospitalaria que elegía mama para dar luz a
este lugar. Anita pava en mano y mate listo, me convida uno y entre risa y asombro voltea la mirada hacia el fondo
de la casa. Una voz inocente se filtra entre la luz que atraviesa el
ventanal del lavadero, venia él con una bolsa de nueces que había juntado de un
árbol que había encontrado en el fondo del patio.